“Como hilo en la mar
es la palabra / Hondo sendero la acción labra” — Henrik Ibsen, Casa de Muñecas, 1879
Antoni Domènech
Lenin ✆ Boris Churkin |
En muchos sentidos, la Revolución Rusa de Octubre de 1917
fue el acontecimiento más determinante del siglo XX. Lo menos que puede decirse
de su estallido es que fue inopinado. No menos sorprendente resultó para sus
coetáneos el afianzamiento y la posterior consolidación del poder
bolchevique en medio de todas las calamidades imaginables, incluida una
espantosa Guerra Civil contrarrevolucionaria fomentada, primero, por el Estado
Mayor de una Alemania Guillermina agonizante y, luego, por las potencias
vencedoras de la Entente (Francia, Inglaterra y los EEUU), que se saldó con no
menos de 8 millones de muertos entre bajas en combate y víctimas de hambrunas.
A pesar de que hoy asociamos invariablemente el nombre de la Revolución Rusa al
“marxismo”, lo cierto es que no resultó menos inopinada ni menos sorprendente
para el grueso de los sedicentes marxistas de carne y hueso. Tanto para los
marxistas partidarios de ella, como para los marxistas que se manifestaron
críticos o aun abiertamente hostiles desde el primer momento.