Karl Marx ✆ Pablo Lobato |
Michael Heinrich
Quien quiera que visite la tumba de Karl
Marx en el cementerio de Highgate en Londres se encuentra con un gigantesco
pedestal sobre el que es entronizado un busto gigante de Marx. Hay que verlo.
Directamente debajo del busto está escrito en letras de oro “¡Proletarios de todos los países uníos!”,
y más abajo, también en oro, “Karl Marx”.
Justo más abajo, una simple y pequeña lápida está colocada dentro del
pedestal, que menciona sin pompa ni boato a aquellos enterrados ahí: además de
Karl Marx, está su esposa Jenny, su nieto Harry Longuet, su hija Eleonor y
Helene Demuth, quien se ocupó de la casa de la familia Marx durante décadas.
Fue el mismo Marx quien seleccionó la
sencilla lápida después de la muerte de su esposa. Exhibirse no era lo suyo.
Pidió explícitamente un funeral sobrio, restringido a un pequeño círculo, de
hecho sólo once personas estuvieron presentes. Friedrich Engels fue capaz de
impedir los planes del Partido Socialdemócrata Alemán para erigir un monumento
a Marx en el cementerio. Escribió a August Bebel que la familia estaba en
contra de tal monumento, ya que la sencilla lápida “a sus ojos sería profanada si se reemplazaba por un monumento”
(MECW 47, p. 17). Setenta años después, no quedaba nadie para proteger la tumba
de Marx. El actual monumento fue encargado por el Partido Comunista de Gran
Bretaña e inaugurado en 1956. Sólo las regulaciones del cementerio impidieron
que fuese aún más grande. Los marxistas se habían impuesto al propio Marx.
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“Je
ne suis pas marxiste”, dijo Marx, un tanto irritado,
a su yerno Paul Lafargue, cuando éste le reportaba las acciones de los
“marxistas” franceses. Engels circuló esta declaración en numerosas ocasiones,
incluyendo cartas a los periódicos –sin duda para consumo público. La distancia
de Marx con los marxistas se expresó también en otros comentarios. Cuando se
quedó en Francia en 1882, escribió a Engels que “les ‘Marxistes” y Anti-Marxistes […] en sus respectivos congresos
socialistas en Roanne y Saint-Étienne”, habían “hecho todo por arruinar mi
estancia en Francia.” (MECW46, p.339)