Omar Acha | Un panorama de la producción intelectual en
los últimos diez años, y más particularmente en el último lustro, permite
reconocer entre la madeja siempre heterogénea de publicaciones una trama
de textos, ideas y sensibilidades conceptuales, donde se vislumbra la
emergencia de una nueva generación intelectual. Lo hace a contramano de un
agotamiento de las condiciones sociales para las porfías generacionales, en un
contexto social capitalista y mediático donde somos cada vez más
individualistas y consumistas. Hace medio siglo, al menos en América Latina, la actividad
intelectual estaba menos regulada por matrices académicas. Si la casa,
alimentación y vestido de las y los intelectuales no estaba asegurada por un
ingreso mensual por “investigar” o “enseñar”, en revancha las presiones hacia
una producción monográfica y atenida a un canon universal de referatos eran más
laxas, y en algunos casos inexistentes. Pensemos en la producción de David
Viñas, Oscar Masotta o Juan José Sebreli. No creo que se deba lidiar con esa
mutación en términos de pérdida de independencia o de progreso en el
profesionalismo. Simplemente ha ocurrido en el triunfo de la lógica capitalista
de los “campos”, con sus efectos ambivalentes de aperturas y clausuras.