Pepe Gutiérrez
Álvarez | Recuerdo que al final del acto que se efectuó
allá en septiembre de 1995 en el Ateneo de Barcelona con ocasión del
fallecimiento de Ernest Mandel, después de que interviniéramos Miren Etxezarreta,
Jaime Pastor y yo mismo, hubo una ronda de palabras bastante curiosa. Una
detrás de otro, diversos representantes del trotskismo “auténtico” más otro que
glosó el pensamiento insuperable de Amadeo Bordiga, fueron desgranando los
“errores” del autor de El capitalismo
tardío, cada uno de ellos con una seguridad pasmosa. Todos tenían un Ernest
Mandel reducido a su medida y en las que creían como si el pensamiento y
la historia fuesen una cuestión de peso y de buenas balanzas. Fueron
tantos que desde la mesa decidimos espontáneamente hablar de otros termas que
habían aparecido.
Han transcurrido casi dos décadas y la vida y la obra de
Ernest Mandel (Fráncfort del Meno, Alemania, 5 de abril de 1923 – Bruselas, 20
de julio de 1995) sigue siendo indispensable, leída y estudiada en muchas
partes mientras que el olvido se ha llevado a aquellos que habían encontrado un
ABC desde el cual tener su propio eureka,
su pensamiento correcto que no necesitaba de la investigación, del