Albert Recio Andreu | El
capitalismo se parece cada vez más a la imagen de Dios habitual en las
religiones monoteístas. Un ser lejano, inasible, irresponsable, incorporal, que
se manifiesta a través de oráculos, al que no se le pueden pedir
explicaciones... Y, como ocurre al menos con el catolicismo, si las cosas nos
van mal, si nos equivocamos, es culpa de nuestra alma mortal, no de sus fallos
de diseño. Sin duda, el capitalismo real es otra cosa, personas concretas que
se enriquecen, que adoptan decisiones, que influyen sobre las condiciones de
vida de millones de personas, cuyo modelo organizativo y comunicativo actual
está diseñado para que ese poder y ese comportamiento aparezcan diluidos bajo
la forma inmaterial de “los mercados”, “los reguladores globales”. Los
acontecimientos recientes nos dan nuevas pistas sobre cómo se ha producido este
“endiosamiento” (en el sentido de la opacidad) del capital y nos ayudan a
entender mejor cuales son sus mecanismos de poder.