Rafael Silva | Hace
varias generaciones que el capitalismo persigue al campo, persigue su
producción, su modo de vida, persigue su transformación en uno de sus elementos
tractores, y para ello, ha de conseguir (prácticamente lo ha hecho ya) abolir
el modelo ancestral de cultura campesina que durante siglos hemos disfrutado,
el que disfrutaron las pasadas generaciones. Para ello y en primer lugar, se
fomenta el cultivo de los modos de vida consumistas de las grandes ciudades, a
la vez que se extiende una “mala imagen” (entiéndase como un concepto de
“atraso social”) de las personas y de los modos de vida campesinos.
Mientras intentan acabar con la cultura campesina
tradicional, con sus costumbres, con sus valores, etc., eliminando las
posibilidades reales de producción y de autoconsumo del campo, se va
convirtiendo a las ciudades en grandes monstruos de la civilización, se
centraliza en ellas no solamente los aspectos culturales, de ocio, de
diversión, de mercados de trabajo, ocupacionales, de estudios y de formación,
sino también se va centralizando el modo de producción y de consumo
capitalista, que obedecen, como sabemos, a los de la producción extractivista y
explotadora. El campo se va quedando vacío, se cierran las oportunidades
locales de desarrollo, a la par que se fomentan políticas de redistribución de
los productos locales que pasan por diversas cadenas de intermediarios hasta
que llegan a sus consumidores finales en las grandes