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Estampilla de Mongolia, 1988
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Manuel C.
Martínez | Paradójicamente, después de Marx, el mercado
perdió importancia científica, y el libre mercado está vedado para los países
con factible desarrollo industrial. Desde hace muchas décadas, la burguesía empezó a convencerse
de los aciertos contenidos en El Capital, y consecuencialmente decidió competir
en otros escenarios distintos y fuera del mercado. Lo hizo luego de que Carlos
Marx echara por tierra la argumentación burguesa acerca del origen comercial de
la riqueza
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que con tanto énfasis y apologismo pregonó Adam Smith, y que los rezagados
críticos de Economía Política siguen emulando, dígase rumiando.
Paradójicamente, la mayoría de los economistas marxistas han
optado por demostrar de mil maneras que Marx tenía razón, en un intento por
autoconvencerse a sí mismos-me incluyo aquí. Así de poderosa ha sido la mentira
defendida por la literatura burguesa. Por su parte, los apologistas y tarifados
posclásicos o economistas vulgares
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han negado rotundamente el esquema demostrativo del origen de la riqueza, de la
ganancia, manejado por Marx en su Libro Tercero de El Capital. Por el contrario,
connotados como Paul A. Samuelson-Nobel de Economía 1970-, Paul M. Sweezy,
Claudio Napoleoni, etc., han hecho petulantes esfuerzos por ridiculizar los
asertos de Marx, al punto de que hallaron contradicción entre los libros I y
III de dicha obra, debido a que Marx descubrió el valor abstracto, en el Libro
I, y el mismo valor concreto (ganancia), en el L. III, una determinante
diferenciación que sólo macroeconómicamente podría entenderse, mientras que los
economistas vulgares se hallan atascados en análisis microeconómicos que han
vendido como Economía. La Macroeconomía la tratan como simples conglomerados
contables o datos estadísticos
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